lunes, septiembre 25, 2006

Debate sobre la violencia del autor contra sus lectores

En el momento en el que desarrollo estas ideas, estoy leyendo la novela de Umberto Eco “El Nombre de la Rosa”. Dado que aún me queda alrededor de tres cuartos del libro para leer no puedo, ni pensaba siquiera, hacer una crítica de libro, sino sobre un tema que a veces resulta verdaderamente irritante, y no solo en la literatura. En la novela ya mencionada, la historia se desarrolla dentro de una abadía de la Edad Medía. Por lo tanto, es normal que todos los monjes que viven y trabajan allí sepan latín, que en aquellos tiempos era el idioma con el cual se realizaban todos los oficios, oraciones y cantos religiosos del cristianismo. El caso es que el latín, no solo es una lengua muerta, sino que es muy difícil de aprender y mi queja va dirigida específicamente a una abundancia de frases en latín en el texto y que ni siquiera están citadas para aclarar sus significados. Y no digo una o dos frases, en verdad hay bastantes, incluso diálogos enteros que se saltean por que resulta inútil leerlos. A todo esto, si el libro fue escrito en un idioma original (que tengo entendido que es en italiano), ¿por qué no se traduce también las partes del texto que están en otros idiomas? ¿Por qué para leer esa novela, o desde otro punto de vista más irrisorio, a “ese autor”, debe el lector entrenarse en el conocimiento de latín o perder una parte del texto por el que pagó y al que dedica su tiempo a leer?

Esto es claramente una ofensa al lector: demandar un conocimiento específico que el lector no tiene razón alguna para saber. Es verdad que para la lectura de ciertos textos científicos sea necesario conocimientos previos para no detenerse en la profundización de temas más importantes. Pero estamos hablando de literatura.

Es común que el núcleo estético de una obra, cualquier tipo de obra, haga una clara referencia a un aspecto de la realidad “científica” o “académica” o de alguna forma esté vinculado. Pero es de buena educación no humillar al lector por no saber algo que nunca antes estudió, a menos claro, que la información sea totalmente residual o se pueda pasar por alto en la historia.

De todas formas, creo conveniente que no hay que exagerar tanto el tema ya que sería parte de una correcta educación de la lectura (o la percepción de otras obras) el informarse en algún diccionario o enciclopedia acerca de lo que se está hablando. Pero a la vez creo que no habría que abusar de esto, hacer un requisito indispensable y con un poco de sentido común dignarse a hacer un asterisco para hacer una breve introducción del tema del que se habla. Incluso Manuel Puig trabaja con esto, ya como núcleo estético en “El Beso de la Mujer Araña” dando información que desde un punto de vista resulta excedente, pero que a la vez es un recurso estético de la novela.

Personalmente, me inclino a pensar que nunca se debe escribir para “el que sabe”. Todo individuo que abra un libro con ganas de leerlo es un lector. Sea un niño, un joven, o un graduado universitario. No se debe hacer diferencias aunque en algunos casos resulten insalvables. Si bien ciertos libros requieren cierto entrenamiento para su mejor entendimiento, un lector con la voluntad de leer no tiene porque hallar obstáculos en su lectura. El autor no tiene porque imponer barreras que discriminen al lector.

Ahora bien, dije que en algunos casos resultan “insalvables”, pero es por una simple necesidad de la obra en sí. Por ejemplo, recuerdo hace poco leer un libro de cuentos de Rodrigo Fresán (“Historia Argentina”) y en uno de ellos citaba y hasta hacía paralelismos con la película de Walt Disney “Fantasia”. Si bien es un clásico del cine de hace seis décadas, es de suponer que no todos los lectores la habrán visto antes de leer el cuento. Afortunadamente y sin saberlo siquiera, yo vi la película dos días antes de encontrar el libro, pero, ¿qué hubiese sucedido si no la miraba? Me hubiese perdido gran parte de la información. En estos casos, imponer al autor que se abstenga de hacer referencias a otra obra de arte que cumpla un papel relevante en la obra es sinónimo de censura. El demonio de la censura. Como solución a esto, solo se puede apostar a que los autores intenten lo menos posible relacionar obras ajenas o también podrían hacerlo pero sin que cumpla un papel importante en la lectura de las mismas.

En cuanto a la información verídica, es claro que el texto al hacer referencia a un tema “académico” puede inducir al lector a informarse o a la vez informar al lector por la misma obra. No necesariamente la totalidad de un hecho o cosa, pero al menos lo suficiente que le permita orientarse, y sin tampoco abrumar de información descriptiva. No hay que olvidarse que los libros, aunque sean novelas de ficción, pueden ser vehículos de conocimiento por más que no estén escritos específicamente para eso. Pero creo que la violencia está cuando estas exigencias sobrepasan de manera irrisoria al lector, que se ve obligado a hacer o tener un estudio o varios estudios, una y otra vez y que lo priven o limiten de leer la obra. En pocas palabras, que el autor demuestre cuánto sabe o que prive intencional o pelotudamente a una parte del lectorado por no contar con ciertos conocimientos.

Hasta el momento, puedo seguir a duras penas la obra de Eco, pero es un texto en el que contiene un importante peso sobre diálogos de discusiones teológicas o filosóficas que se ve empañadas por las frases en latín que cuesta mucho entenderlas por lo que responde el interlocutor.

Finalmente, no soy partidario de que existan leyes establecidas en la literatura, pero creo que si debe haber una norma, es que un libro, al igual que cualquier obra de arte, debe enriquecer al lector, si le gusta. Y que el escritor no se esfuerce para que un lector con conocimientos modestos sea incapaz de comprender la integridad de la obra. Digo “se esfuerce”, porque quizás el escritor hace un auténtico trabajo artístico que trata sobre algún tema que demande cierto nivel de comprensión, pero que en tales casos, lo correcto sería que el autor, justamente se esfuerce, pero por lo contrario: por hacer entendible la obra para cualquier lector que adquiere tal título desde el momento en que sostiene un libro con sus manos.

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