sábado, febrero 10, 2007

El efecto anti-identidad de la pornografía

Es un recurso bastante clásico, difundido a través de literatura, teatro, cine y televisión, el drama casi trágico de la hija cuyo secreto es descubierto deshonrosamente por su padres y seres queridos, secreto en el que la hija trabaja como prostituta, desnudista o actriz pornofílmica. Si uno compara o tomase cualquiera de esas historias con una película porno, podría notar la interesante divergencia que existe.

En el drama, la hija junto con todo su capital afectivo e incluso social, se ve mancillado por el desmantelamiento del secreto, de algo que la hija misma a conciencias pretendía esconder a su familia. Es, por tanto, algo que la hija intenta alejar de su espacio sociofamiliar, algo que no pertenece, pero que existe dentro de ella.

De todas formas, en ese aspecto me detengo ahí porque no tengo ningún conocimiento acerca de una causa o un fin psicológico válido para tal conducta.

En el otro, que es opuesto, se ve, sencillamente, una película porno. Un producto para un consumo tabú, reconocido y legalizado, pero de lo que no se habla en todas partes. Es precisamente, una cosa, algo para poseer, el casette o la conexión al canal porno, que a su vez contienen las imágenes de una mujer. Y acá encuentro la diferencia.

En uno tenemos una mujer, una persona, en el otro, son solo imágenes, personajes, algo que es producto de un trabajo minucioso, que incluye productores, directores, inversiones, maquillaje, sonido, camarógrafos y una actriz (que está aportando valor, está entregando el valor que es su cuerpo). Es una cosa, no una persona.

Esta cosa, estas imágenes, son el resultado de una alienación, una extirpación del "alma individual" -su capital social y afectivo- de su cuerpo, que además es valorizado, se paga por el trabajo, el valor de uso y el valor de escasez que hay en el cuerpo. Entonces, el ver la imágen de la actriz, es ver a su hija desprovista de identidad, convertida en un objeto específicamente sexual, para consumo sexual, por el que se paga y se disfruta. Es ver a una persona convertida en un bien que se vende, que se expone, que tiene precio, que llega a las manos de cualquiera. Todo esto, encubierto en el horror de presenciar vivamente la sexualidad de su hija, sexualidad a menudo conservada, vigilada, limitada por el celo paterno y que espera ser efectivamente normalizado, para servir a las instituciones del matrimonio o sanción legal de la relación sexual.

Esto, a la vez, resulta impactante porque el sexo, que es, si no me equivoco, una importante función biológica y social para la reproducción y el desarrollo integral de la vida ingresa al mercado como bien sujeto de demanda y de oferta. Sexo, que fue por muchos siglos sujeto de represión por fines políticos y económicos, al cual se le añadieron trabas sociales y morales para reglamentarlo y que ahora, gracias al mercado anómico, permite a cualquier agente económico superar tales barreras para acceder al sexo de la hija actriz porno por un precio de cambio. Igual que si fuera una prostituta o una desnudista, se accede a su sexo por algún medio posible, saltándose la imposición del matrimonio.

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Sí, estoy leyendo mucho Foucault.

1 comentario:

Charly Santos dijo...

Descubrí que mi verdadera vocación es ser actor porno.