Yo tengo un mate. Es de color madera clara, de forma redondeada, como una teta grande sin pezón, hueca. El borde está cubierto por una placa de metal con unos grabados incoherentes. No solo que es de mi propiedad, tiene algún tipo de particularidad para mí, algo fantasmal y simbólico que va más allá de esa sensación vana y vaga sobre la conformidad y el acostumbramiento sobre las cosas que vemos y usamos cotidianamente. Es más especial que las incontables veces que habré bebido de él o la cantidad de kilos de yerba que habrán pasado por ahí o los litros de agua caliente que habré volcado. No, no es nada de eso, que ya es mucho de por sí.
A mi mate le doy (o tiene por si mismo) la particularidad de encerrar y quedarse con un poquito de todas las personas que han bebido de él. Por esta misma lógica, diría que ya tiene una gran parte de mí, pero no es eso, es mi mate, el mate es mío. Lo importante, se trata de todas las personas que alguna vez han bebido de él. Eso significa, necesariamente, que todas aquellas personas habrán compartido algún mate conmigo. Por “mate” entiendo “un momento”, alguna oportunidad. Es decir, que guarda ese mate, o guardo yo en mi mate, algunos momentos que he compartido con muchas personas, la verdad.
Mi mate se alimenta de todos los que beben de él. Es una relación recíproca. Al mismo tiempo que alguien chupa de mi mate, mi mate lo/a chupa a él o ella algún poquito, algún momentito que ahora se queda en esta cosa hueca de color madera clara, de forma redondeada como una teta grande sin pezón.
martes, octubre 09, 2007
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