(el comienzo de este artículo está en el post previo)
Los agentes de la ley no andaban lejos, José León lo sabía. Pese a todo, aún cabía el azar de llegar a Pinamar y lograr que pierdan el rastro. A estas horas de la madrugada difícilmente lo podría rastrear la policía caminera, aunque ya tengan en su poder toda la información sobre él, su pasado, su futuro; solo les faltaba un detalle de su presente: alcanzarlo y arrestarlo.
Las calles de Boedo le recordaban a un ambiente de Western donde acostumbraba a jugar al fútbol en la vereda de Yapeú, con los pibes del barrio. Sus padres asomaban al fondo de la bocacalle y comenzaba la persecución, corría queriendo no mirar atrás, pero su mamá corría a pocos metros de él, gimiendo de una forma muy parecida al llanto. El cuartel con las literas dobles era su último refugio, más no podía correr. Adentro, no encontró a ninguno de sus compañeros de la colimba y José León niño se escondía debajo de una litera. Golpeaban la puerta del cuartel y gritaban, hasta que se abrió y entró su mujer como tambaleándose. José León estaba aterrado, saliendo de debajo de la litera, buscando un lugar para correr, pero no había escapatoria. Ella llevaba a su primer hijo bebé sobre sus brazos y se aproximaba llorando: “¿¡Por qué no hacés nada!?”, le gritaba con los ojos enrojecidos, “¿por qué me casé con un bueno para nada como vos?”, seguía acercándose, acorralándolo, cada vez más cerca, sin poder escapar, “¿nunca pensaste en tu familia? ¿¡nunca te preocupaste por tu hijo, irresponsable!?”.
Lo despertó el ruido de una maleta aterrizando en el suelo del micro. Ya estaba en Pinamar. Y empezaba a clarear.
Las horas que siguieron fueron muy melancólicas para relatarlas. Muchos prefieren ignorar esta parte incómoda del relato, en la que el mayor evasor de impuestos de la última década soportaba una fría y nublada mañana en la ciudad balnearia desierta. Es un contraste notable a la imagen atractiva que ofrece la ciudad fundada por el ingeniero plutócrata bunge en otras estaciones. Comparando la fuerte tenacidad con la que le hizo frente al fisco por quince años de juicios, encubrimientos, y hasta viajes al interior y al extranjero para burlar a los inspectores, este costado empaña el mito de José León Cabrera, quién llegó a involucrarse en el secuestro de un cargamento de drogas incautado en la comisaría central de San Rafael, Mendoza, para financiar su huida por las estepas Patagónicas. Pero esto se sabría más tarde, en una nota al pie de La Nación.
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Estaba trascribiendo el resto de esta historia, pero me dejó de andar la "b" (ahora la uso con copiar y pegar). Quedá más, por trascribir y por escribir. Espero que no tarde mucho en volver la b.
domingo, octubre 29, 2006
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