Me declaro formalmente en contra de los números. Jamás me verán comparando al Agustín de ayer con el Agustín de hoy. Al menos en números. Puedo tener el pelo más largo, estar bebiendo más que antes, escuchando más a Led Zeppelín que a Weather Report o quizás me pueda sentir mejor que hace un mes. Y sí, jamás me sucedió, pero supongamos que puedo estar un poco más gordo. Pero abandonen todo esfuerzo por los detalles sobre mi peso. El kilo de peso es un concepto que desconozco. Sé que soy miope y que uso anteojos y cuando me pregunten cuánto veo les reponderé nada, metafóricamente, o casi nada, literalmente. Pero no, nunca supe cuánto aumento tengo, y para salir de los aprietos tengo que recurrir a un gentil hermano o hermana de la miopía con un poco más de conciencia sobre su discapacidad. No es tampoco casual que no compre a menudo zapatillas. Siempre termino recurriendo a una estimación comparativa, al viejo arte de la experimentación, de probar y descartar. Por eso no compro muchas veces zapatilla, ni ropa. Menos aún la ropa porque muchas prendas de moda llevan números, pero no es el talle, ni el precio, son números nada más.
Para mí es suficiente y exagerado estar inscripto en el Registro Nacional de Personas con el número de mi documento, tener una edad que prefiero pensarla como cuántas vueltas le di al sol, tener un número de teléfono y, ¡oh, no!, de celular también.
Prefiero existir, sencillamente. Agustín es Agustín, y que los matemáticos no puedan mensurarme, que en ninguno de sus ejes cartesianos o dimensiones logarítmicas puedan ubicarme, clasificarme y compararme. No lograrán decir de mi: Agustín mide un metro ochenta y dos centímetros y cuarto, tiene dieciocho años, siete meses, veintidós días y cuatro horas, calza cuarenta y dos, su coeficiente intelectual es de noventa y cinco, su pene en actividad mide quince centímetros y tiene un grosor de una pulgada, tiene cuatro y medio de aumento en el ojo derecho y ochocientos cincuenta en el ojo izquierdo, tiene diez dedos que miden entre cinco y siete centímetros el valor de su hora laboral es de diez pesos, pesa setenta y seis kilos y ochenta gramos, sin contar la ropa, ha viajado alrededor de ochocientas millas durante toda su vida, viste talle treinta y seis y su promedio en la secundaria fue de siete y treinta y dos.
No, amigos, de ninguna manera. Agustín es solamente Agustín. No un conjunto de cifras y datos que intentan emular mi persona, o reproducir mi ser. Si quieren retratos míos, dibújenlos, sáquenme fotos, recuérdenme. Pero no pierdan su tiempo con los números. Yo simplemente existo. No me queda otra.
Quien les escribe.
19/8/06
PD: Me he traicionado en marzo de este año. Mi nota más alta FINAL, es decir, del promedio de mi último año secundario fue un diez… en ¡MATEMÁTICA! Pero esperen, desde principios de marzo de 2005 hasta el primero de marzo de 2006, es decir el tiempo de mi cursada completa de matemática de quinto año, no saqué ninguna nota por encima de cuatro. De hecho fue una escalera, cuatro, tres, dos y luego entregaba mi hoja en blanco y sacaba un libro mientras mis compañeros hacían su evaluación. Por algún motivo, desde marzo de 2006 y no antes, me saqué un diez, y así concluyó la historia de mi materia de la secundaria más catastrófica y sobre todo peligrosa por el riesgo de no aprobar y perder el año entero.
Para mí es suficiente y exagerado estar inscripto en el Registro Nacional de Personas con el número de mi documento, tener una edad que prefiero pensarla como cuántas vueltas le di al sol, tener un número de teléfono y, ¡oh, no!, de celular también.
Prefiero existir, sencillamente. Agustín es Agustín, y que los matemáticos no puedan mensurarme, que en ninguno de sus ejes cartesianos o dimensiones logarítmicas puedan ubicarme, clasificarme y compararme. No lograrán decir de mi: Agustín mide un metro ochenta y dos centímetros y cuarto, tiene dieciocho años, siete meses, veintidós días y cuatro horas, calza cuarenta y dos, su coeficiente intelectual es de noventa y cinco, su pene en actividad mide quince centímetros y tiene un grosor de una pulgada, tiene cuatro y medio de aumento en el ojo derecho y ochocientos cincuenta en el ojo izquierdo, tiene diez dedos que miden entre cinco y siete centímetros el valor de su hora laboral es de diez pesos, pesa setenta y seis kilos y ochenta gramos, sin contar la ropa, ha viajado alrededor de ochocientas millas durante toda su vida, viste talle treinta y seis y su promedio en la secundaria fue de siete y treinta y dos.
No, amigos, de ninguna manera. Agustín es solamente Agustín. No un conjunto de cifras y datos que intentan emular mi persona, o reproducir mi ser. Si quieren retratos míos, dibújenlos, sáquenme fotos, recuérdenme. Pero no pierdan su tiempo con los números. Yo simplemente existo. No me queda otra.
Quien les escribe.
19/8/06
PD: Me he traicionado en marzo de este año. Mi nota más alta FINAL, es decir, del promedio de mi último año secundario fue un diez… en ¡MATEMÁTICA! Pero esperen, desde principios de marzo de 2005 hasta el primero de marzo de 2006, es decir el tiempo de mi cursada completa de matemática de quinto año, no saqué ninguna nota por encima de cuatro. De hecho fue una escalera, cuatro, tres, dos y luego entregaba mi hoja en blanco y sacaba un libro mientras mis compañeros hacían su evaluación. Por algún motivo, desde marzo de 2006 y no antes, me saqué un diez, y así concluyó la historia de mi materia de la secundaria más catastrófica y sobre todo peligrosa por el riesgo de no aprobar y perder el año entero.
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