KFK
Él y yo somos enemigos. Nuestra competencia va más allá de una hostilidad física, solo nos limitamos más bien a una guerra basada en la planificación de la liquidación mutua. Los esfuerzos se dirigen a un delicado juego de espías, sin armas, por calles frías y prisiones aparentes. Muchas veces él logró hacerme huir, alejándome de lo que yo amo, de mis propios espacios y poniendo a mis seres queridos en mi contra. Él es si lugar a dudas un rival formidable. Parte de su plan maestro es privarme de la oportunidad de pedir ayuda a mis amigos. De nada sirve que sea conciente de esta estrategia ya que es claro que la amenaza moral radica en ello: en la plena conciencia de que poco a poco me acorrala, me acerca al borde del precipicio.
De todas formas cuento con un aliado extraordinario. A veces, incluso, me descubro a mi mismo peleando solo por mi amigo; no solo gracias a su ayuda, sino por él. Es un recurso poderosísimo mas no infalible del que hay algunos poca noches del que apenas logro percibir su magnitud y su potencial. Me cuesta admitir que sino fuera por mi aliado incondicional, quizás hoy no estuviese escribiendo estas letras.
Pero no por ello la lucha se hace más fácil de lo que en realidad es. Una de mis grandes debilidades consiste en no poder concretar nuevas alianzas con las que resistir su poder. Y, por supuesto, él está involucrad en ampliar esta debilidad, de sacarle el mayor provecho. Pocos amigos acceden a unirse a mi causa, otros me piden condiciones elevadas. Para colmo de males, cada vez veo más y más de sus secuaces por más que resistir a cada uno de ellos no suponga una gran dificultad, residual diría que es el esfuerzo pero su número creciente me excede y no da cuartel. Últimamente me vi forzado a replegarme, he sangrado por miedo y no hace mucho mi enemigo me derrota.
Creo que la balanza está en este momento de su lado porque no hago nada fuera de defenderme. De tanto defender mi posición no me quedan fuerzas para encontrar una oportunidad para buscar la forma de avanzar. No obstante, mal que me pese, sigo en pie. Es posible que en estos tiempos esté atacando con mayor virulencia, abandonando la vital intriga la guerra. Él teme, es eso, sabe que tengo oportunidad de superarlo en el terreno más delicado, por eso es que me desgasta. Y no es ninguna tontería. Muchas veces me descubrió en desventaja, arruinó mis planes cerrando todas las escapatorias y entonces me atormentó, despacio, regodeándose metódicamente el proceso gradual de mi derrota; observando el pánico en mis ojos hasta que rogué clemencia. A veces me dejaba, creyéndome debilitado: una sencilla postergación del final. En otras oportunidades logré levantar los brazos, o hablar y vencer sus argumentos. La lucha continuará si lugar a dudas, pero los recuerdos de esas ocasiones minan mi fueza de voluntad. Él está jugando conmigo, al gato y al ratón.
Toda esta refriega me supera. En la espera del día en el que me retire fatigado como un veterano, caminando hacia el ocaso con mi frente perlada de sudor, suelo soñar demasiado y confundir el camino indicado a tomar, mis planes se hacen laberínticos y no puedo resolverlos, mis cicatrices asfixian mi mente, y por las noches me acecha la sombra del miedo. Sé que debería felicitarlo a él, pero sigue siendo mi enemigo. Aunque a veces mis movimientos sean previstos y contrarrestados por él, sigo vivo y en la lucha. Será cuestión de preserverancia y de mantener la sangre fría y, claro está, nunca bajar los brazos. La guerra continúa contra mi enemigo mientras siga vivo, por más que mi enemigo haya logrado infiltrarse en mi propia familia, hacía años incluso, sin que me dé cuenta. Pero últimamente no estoy seguro si yo estoy peleando de su lado. Que yo soy él y que él sea yo.
Él y yo somos enemigos. Nuestra competencia va más allá de una hostilidad física, solo nos limitamos más bien a una guerra basada en la planificación de la liquidación mutua. Los esfuerzos se dirigen a un delicado juego de espías, sin armas, por calles frías y prisiones aparentes. Muchas veces él logró hacerme huir, alejándome de lo que yo amo, de mis propios espacios y poniendo a mis seres queridos en mi contra. Él es si lugar a dudas un rival formidable. Parte de su plan maestro es privarme de la oportunidad de pedir ayuda a mis amigos. De nada sirve que sea conciente de esta estrategia ya que es claro que la amenaza moral radica en ello: en la plena conciencia de que poco a poco me acorrala, me acerca al borde del precipicio.
De todas formas cuento con un aliado extraordinario. A veces, incluso, me descubro a mi mismo peleando solo por mi amigo; no solo gracias a su ayuda, sino por él. Es un recurso poderosísimo mas no infalible del que hay algunos poca noches del que apenas logro percibir su magnitud y su potencial. Me cuesta admitir que sino fuera por mi aliado incondicional, quizás hoy no estuviese escribiendo estas letras.
Pero no por ello la lucha se hace más fácil de lo que en realidad es. Una de mis grandes debilidades consiste en no poder concretar nuevas alianzas con las que resistir su poder. Y, por supuesto, él está involucrad en ampliar esta debilidad, de sacarle el mayor provecho. Pocos amigos acceden a unirse a mi causa, otros me piden condiciones elevadas. Para colmo de males, cada vez veo más y más de sus secuaces por más que resistir a cada uno de ellos no suponga una gran dificultad, residual diría que es el esfuerzo pero su número creciente me excede y no da cuartel. Últimamente me vi forzado a replegarme, he sangrado por miedo y no hace mucho mi enemigo me derrota.
Creo que la balanza está en este momento de su lado porque no hago nada fuera de defenderme. De tanto defender mi posición no me quedan fuerzas para encontrar una oportunidad para buscar la forma de avanzar. No obstante, mal que me pese, sigo en pie. Es posible que en estos tiempos esté atacando con mayor virulencia, abandonando la vital intriga la guerra. Él teme, es eso, sabe que tengo oportunidad de superarlo en el terreno más delicado, por eso es que me desgasta. Y no es ninguna tontería. Muchas veces me descubrió en desventaja, arruinó mis planes cerrando todas las escapatorias y entonces me atormentó, despacio, regodeándose metódicamente el proceso gradual de mi derrota; observando el pánico en mis ojos hasta que rogué clemencia. A veces me dejaba, creyéndome debilitado: una sencilla postergación del final. En otras oportunidades logré levantar los brazos, o hablar y vencer sus argumentos. La lucha continuará si lugar a dudas, pero los recuerdos de esas ocasiones minan mi fueza de voluntad. Él está jugando conmigo, al gato y al ratón.
Toda esta refriega me supera. En la espera del día en el que me retire fatigado como un veterano, caminando hacia el ocaso con mi frente perlada de sudor, suelo soñar demasiado y confundir el camino indicado a tomar, mis planes se hacen laberínticos y no puedo resolverlos, mis cicatrices asfixian mi mente, y por las noches me acecha la sombra del miedo. Sé que debería felicitarlo a él, pero sigue siendo mi enemigo. Aunque a veces mis movimientos sean previstos y contrarrestados por él, sigo vivo y en la lucha. Será cuestión de preserverancia y de mantener la sangre fría y, claro está, nunca bajar los brazos. La guerra continúa contra mi enemigo mientras siga vivo, por más que mi enemigo haya logrado infiltrarse en mi propia familia, hacía años incluso, sin que me dé cuenta. Pero últimamente no estoy seguro si yo estoy peleando de su lado. Que yo soy él y que él sea yo.