lunes, agosto 21, 2006

KFK

KFK
Él y yo somos enemigos. Nuestra competencia va más allá de una hostilidad física, solo nos limitamos más bien a una guerra basada en la planificación de la liquidación mutua. Los esfuerzos se dirigen a un delicado juego de espías, sin armas, por calles frías y prisiones aparentes. Muchas veces él logró hacerme huir, alejándome de lo que yo amo, de mis propios espacios y poniendo a mis seres queridos en mi contra. Él es si lugar a dudas un rival formidable. Parte de su plan maestro es privarme de la oportunidad de pedir ayuda a mis amigos. De nada sirve que sea conciente de esta estrategia ya que es claro que la amenaza moral radica en ello: en la plena conciencia de que poco a poco me acorrala, me acerca al borde del precipicio.
De todas formas cuento con un aliado extraordinario. A veces, incluso, me descubro a mi mismo peleando solo por mi amigo; no solo gracias a su ayuda, sino por él. Es un recurso poderosísimo mas no infalible del que hay algunos poca noches del que apenas logro percibir su magnitud y su potencial. Me cuesta admitir que sino fuera por mi aliado incondicional, quizás hoy no estuviese escribiendo estas letras.
Pero no por ello la lucha se hace más fácil de lo que en realidad es. Una de mis grandes debilidades consiste en no poder concretar nuevas alianzas con las que resistir su poder. Y, por supuesto, él está involucrad en ampliar esta debilidad, de sacarle el mayor provecho. Pocos amigos acceden a unirse a mi causa, otros me piden condiciones elevadas. Para colmo de males, cada vez veo más y más de sus secuaces por más que resistir a cada uno de ellos no suponga una gran dificultad, residual diría que es el esfuerzo pero su número creciente me excede y no da cuartel. Últimamente me vi forzado a replegarme, he sangrado por miedo y no hace mucho mi enemigo me derrota.
Creo que la balanza está en este momento de su lado porque no hago nada fuera de defenderme. De tanto defender mi posición no me quedan fuerzas para encontrar una oportunidad para buscar la forma de avanzar. No obstante, mal que me pese, sigo en pie. Es posible que en estos tiempos esté atacando con mayor virulencia, abandonando la vital intriga la guerra. Él teme, es eso, sabe que tengo oportunidad de superarlo en el terreno más delicado, por eso es que me desgasta. Y no es ninguna tontería. Muchas veces me descubrió en desventaja, arruinó mis planes cerrando todas las escapatorias y entonces me atormentó, despacio, regodeándose metódicamente el proceso gradual de mi derrota; observando el pánico en mis ojos hasta que rogué clemencia. A veces me dejaba, creyéndome debilitado: una sencilla postergación del final. En otras oportunidades logré levantar los brazos, o hablar y vencer sus argumentos. La lucha continuará si lugar a dudas, pero los recuerdos de esas ocasiones minan mi fueza de voluntad. Él está jugando conmigo, al gato y al ratón.
Toda esta refriega me supera. En la espera del día en el que me retire fatigado como un veterano, caminando hacia el ocaso con mi frente perlada de sudor, suelo soñar demasiado y confundir el camino indicado a tomar, mis planes se hacen laberínticos y no puedo resolverlos, mis cicatrices asfixian mi mente, y por las noches me acecha la sombra del miedo. Sé que debería felicitarlo a él, pero sigue siendo mi enemigo. Aunque a veces mis movimientos sean previstos y contrarrestados por él, sigo vivo y en la lucha. Será cuestión de preserverancia y de mantener la sangre fría y, claro está, nunca bajar los brazos. La guerra continúa contra mi enemigo mientras siga vivo, por más que mi enemigo haya logrado infiltrarse en mi propia familia, hacía años incluso, sin que me dé cuenta. Pero últimamente no estoy seguro si yo estoy peleando de su lado. Que yo soy él y que él sea yo.

sábado, agosto 19, 2006


Me declaro formalmente en contra de los números. Jamás me verán comparando al Agustín de ayer con el Agustín de hoy. Al menos en números. Puedo tener el pelo más largo, estar bebiendo más que antes, escuchando más a Led Zeppelín que a Weather Report o quizás me pueda sentir mejor que hace un mes. Y sí, jamás me sucedió, pero supongamos que puedo estar un poco más gordo. Pero abandonen todo esfuerzo por los detalles sobre mi peso. El kilo de peso es un concepto que desconozco. Sé que soy miope y que uso anteojos y cuando me pregunten cuánto veo les reponderé nada, metafóricamente, o casi nada, literalmente. Pero no, nunca supe cuánto aumento tengo, y para salir de los aprietos tengo que recurrir a un gentil hermano o hermana de la miopía con un poco más de conciencia sobre su discapacidad. No es tampoco casual que no compre a menudo zapatillas. Siempre termino recurriendo a una estimación comparativa, al viejo arte de la experimentación, de probar y descartar. Por eso no compro muchas veces zapatilla, ni ropa. Menos aún la ropa porque muchas prendas de moda llevan números, pero no es el talle, ni el precio, son números nada más.
Para mí es suficiente y exagerado estar inscripto en el Registro Nacional de Personas con el número de mi documento, tener una edad que prefiero pensarla como cuántas vueltas le di al sol, tener un número de teléfono y, ¡oh, no!, de celular también.
Prefiero existir, sencillamente. Agustín es Agustín, y que los matemáticos no puedan mensurarme, que en ninguno de sus ejes cartesianos o dimensiones logarítmicas puedan ubicarme, clasificarme y compararme. No lograrán decir de mi: Agustín mide un metro ochenta y dos centímetros y cuarto, tiene dieciocho años, siete meses, veintidós días y cuatro horas, calza cuarenta y dos, su coeficiente intelectual es de noventa y cinco, su pene en actividad mide quince centímetros y tiene un grosor de una pulgada, tiene cuatro y medio de aumento en el ojo derecho y ochocientos cincuenta en el ojo izquierdo, tiene diez dedos que miden entre cinco y siete centímetros el valor de su hora laboral es de diez pesos, pesa setenta y seis kilos y ochenta gramos, sin contar la ropa, ha viajado alrededor de ochocientas millas durante toda su vida, viste talle treinta y seis y su promedio en la secundaria fue de siete y treinta y dos.
No, amigos, de ninguna manera. Agustín es solamente Agustín. No un conjunto de cifras y datos que intentan emular mi persona, o reproducir mi ser. Si quieren retratos míos, dibújenlos, sáquenme fotos, recuérdenme. Pero no pierdan su tiempo con los números. Yo simplemente existo. No me queda otra.

Quien les escribe.
19/8/06

PD: Me he traicionado en marzo de este año. Mi nota más alta FINAL, es decir, del promedio de mi último año secundario fue un diez… en ¡MATEMÁTICA! Pero esperen, desde principios de marzo de 2005 hasta el primero de marzo de 2006, es decir el tiempo de mi cursada completa de matemática de quinto año, no saqué ninguna nota por encima de cuatro. De hecho fue una escalera, cuatro, tres, dos y luego entregaba mi hoja en blanco y sacaba un libro mientras mis compañeros hacían su evaluación. Por algún motivo, desde marzo de 2006 y no antes, me saqué un diez, y así concluyó la historia de mi materia de la secundaria más catastrófica y sobre todo peligrosa por el riesgo de no aprobar y perder el año entero.