martes, julio 03, 2007

El té de color amarillo... y sus vínculos con el peronismo

La civilazción snob fue fundada en el año 1942 después de Jesucristo, por un viejo escocés similar a Yoda, pero que hablaba igual que Yoda, en Estrasburgo, provincia de Westfalia, de un grupo de gitanos disidentes que le habían tomado el gustito al chamuyo ese del progreso. Sus raíces provienen de todas las clases sociales aparatosas del medioevo y las primeras modernidades. Muchos idearon e inventaron los fundamentos científicos para que nosotros nos regodeemos en nuestra sociedad de consumo. Firmaron un pacto social (sic) en un sótano de las cloacas de Estraburgo. Entre ellos figuraban, a saber: Artaud, Pablo Picasso, El Gato con Botas (ya anciano), el conde Drácula, Heidegger, el montruo del lago Ness y Juan Domingo Perón… pero este en realidad estaba en una misión de contraespionaje y se infiltró para cagar todo.

En un archivo del santuario peronista, en la catedral al descamisado, encontré la información que el agente secreto devenido líder populista de un país subdesarrollado rescató de su hollywoodense escape de los aliados. (Luego, volvió a la Argentina y comenzó a trabajar en su proyecto más ambicioso: la patria peronista (carajo!)). Decía: “el té importado de color amarillo y azúcar morena a gusto para una noche de un lunes mediocre de Julio, en que el pequebú se obstina de ponerle onda a través de productos suntuarios.”

“(…) músicas melancólicas, ánimos fríos, voces que traen estados mentales que uno creía haber dejado atrás, pero en verdad, no, solo era una canción”

“(…)un sabor mentolado; emociones mentales fuertes; arpegios, bronces”

“(…)la remota posibilidad de encontrar a Wally en el Mayo Francés, llevando pancartas que desafiaban la coerción estatal, transmitida por la radio nacional opacando una discusión sin sentido en las que todos están de acuerdo entre sí pero no se ponen de acuerdo en los detalles de la definición y aplicación de concepto.”

Así, holgando detalles, decidí dedicar una hora de una jornada de mi vida. Sin embargo, me detengo a recordar los sabores de la noche natural, la noche del bosque, el silencio, el ser una totalidad con todo lo que te rodea, la animalidad que hemos perdido, en la que éramos más desprolijos, más simples de alma, pero que no nos queríamos matar los unos a los otros, ni amar era violación, y la sociedad no era violencia. Recorrer la piel del mundo sin ninguna cicatriz, esa sería la utopía. El realizarnos como totalidades objetivas, concretas, como el mundo que somos, y no el mundo que nosotros hacemos, como artífices ególatras e ingenuos. Sin embargo, este té… esta conclusión de un proceso productivo, de una agregación de valor… este envase importado a niños taiwaneses esclavizados por la gloria y las finanzas de su patria… está cultura-consumo de las islas británicas… este mismo ordenador, hito de la técnica y el saber del hombre, obra cumbre del desarrollo de los medios de producción. El mismo Marx tiembla ante estos fantasmas y sus cánticos lúgubres.

Me sentí un poco más integrado. Consumir en la sociedad de consumo te integra, mal que bien. Sino no sería negocio la publicidad, el show-bussines, la pornografía, y la misma democracia. Te identificas con los objetos que tenés ahí. Pero no sabés qué son. Peor: quiénes son, o si se prefiere: de qué manos son. El mercado, damas y caballeros, el mercado nos somete, las relaciones sociales individualistas y competitivas.

Los snobs son concientes, pero impertinentes, cobardes. Solo tienen buenas intenciones y unas cuantas anécdotas que contar. El resto es el mercado snob, sus libros, su ropa almidonada, sus gafas vistosas, su pequeño detalle que hace a la personalidad.

Por lo tanto, como clase social, es históricamente transitoria, intrascendente. Desperdicio de época, una nota al pie. No cuentes con ellos cuando venga la Resurrección del General, y el pueblo leal reconquisté lo que tan obtusamente han reclamado desde que el primer español que pisó las arenas de La Española y corrió a buscar a su india.

Esto fue el prólogo de “Historia de Amor en Cuba”.

Ceibo vio salir de la espesura algo que nunca antes en su vida había visto. Parecía ser un hombre, como los de la aldea. Pero este era diferente, muy diferente. Muchos detalles sobresalían, ordenarlos es inútil. Sus ropas le eran totalmente extrañas, tenía pelos negros alrededor del rostro, lo que parecía ser su piel era increíblemente clara, del color de la arena,

Se quedó mirándolo cómo se acercaba. Se paró frente a ella. Le llevaba una cabeza o más. Sus ojos estaban clavados como astros. Le tomó de los hombros y le acarició con su mano callosa por la piel, hasta tocarle y arrancarle la ropa que le cubría sus pechos. Y luego se los masajeó, los presionó y los frotó. Una mano cayó a la falda. Tironeó. Arrancó, casi. Y luego los dos cuerpos cayeron a la arena, y esa tarde tibia del doce de octubre surgió el primer latinoamericano. Fruto de un individuo cuya pena es carecer y su felicidad robar. Y la primera presa que no gritó y casi no sufrió de lo insólita que era la situación.